Los datos sobre magia más antiguos que se conocen se remontan al antiguo Egipto. Gracias a la inscripción de un papiro conocemos que hubo un mago llamado Dedi que logró asombrar al gran rey Keops. El truco de ilusionismo que realizó dejó a todo el público atónico; cortó la cabeza a un ganso y tras una serie de invocaciones, logró que el ganso caminara con la cabeza en su sitio, como si nada hubiera pasado. Causó tanto furor que hasta dijeron que Dedi era un enviado de los dioses.

Mientras tanto, en las calles —no solo de Egipto sino de muchos otros lugares—, los juegos de cubiletes, bolas y vasos eran muy comunes y maravillaban a la gente.

En Norteamérica, los hechiceros de las tribus realizaban también grandes proezas como colocar una flecha en el interior de un cesto y, mientras el hechicero danzaba, la flecha cobraba vida y se levantaba verticalmente hasta que quedaba suspendida en el aire, fuera del cesto… ¿Alucinante, verdad?

Más adelante, durante la Edad Media, se dieron a conocer 3 variantes de magia: la magia elegante que se efectuaba para reyes y nobles; las representaciones callejeras, para la gente del pueblo; y la magia negra, asociada a poderes sobrenaturales.

Poco a poco, los ilusionistas fueron viajando por el mundo mostrando sus trucos a la gente. Ya en el siglo XVII el público consideraba al ilusionista un artista que entretenía y cosechaba éxitos.

Durante el siglo siguiente, el ilusionismo en Europa cobró gran relevancia, y era posible ver espectáculos de magia en grandes teatros.

En el XIX apareció un mago que renovó y revolucionó por completo este arte. Fue el gran Robert Houdini.